Table of Contents
- INFORME SOBRE EL ESTADO DE LA SOCIEDAD CIVIL 2025
- Panorama +
- Conflicto: la ley del más fuerte +
- Democracia: regresión y resiliencia +
- Economía: la era de la precariedad y la desigualdad +
- Clima y medio ambiente: el rumbo equivocado +
- Tecnología: los peligros humanos del poder digital +
- Luchas de género: reacción, resistencia y perseverancia +
- Derechos migrantes: humanidad versus hostilidad +
- Naciones Unidas: la gobernanza mundial en crisis +
- Sociedad civil: la lucha continúa +
- Agradecimientos +
- Descargar el informe +

- El populismo de derecha, la injerencia extranjera y la desinformación están socavando los cimientos de la democracia, provocando una significativa regresión democrática.
- Las transiciones pacíficas y el éxito de las movilizaciones en defensa de los valores y las prácticas democráticas son una muestra de la resiliencia de la democracia.
- La sociedad civil desempeña un papel clave en la observación electoral, la lucha contra la desinformación, la participación inclusiva y la movilización contra los retrocesos.
El posible realineamiento global en curso y las decisiones que se están tomando en torno de los conflictos dan muestra de la importancia de las elecciones políticas. Las decisiones que los votantes toman en las urnas ―y las que no pueden tomar cuando la democracia les es retaceada― pueden tener repercusiones globales.
El 2024 fue anunciado como un “super año electoral” en el que alrededor de la mitad de la población mundial tendría la oportunidad de votar. Siete de los diez países más poblados celebraron elecciones nacionales, pero solo cuatro de ellos ―Estados Unidos, India, Indonesia y México― garantizaron la posibilidad de alternancia por la vía electoral, un requisito básico de la democracia. Alrededor de cuatro de cada diez personas con derecho a voto vivían en países donde no se cumplían las condiciones básicas para celebrar elecciones libres y competitivas, y muchas más participaron en procesos democráticos altamente defectuosos. Solo una minoría pudo votar en democracias plenas, caracterizadas por el respeto incondicional de las libertades civiles y políticas.
A lo largo del año se hizo patente la vulnerabilidad de la democracia frente a los discursos antiderechos, la desinformación y la interferencia extranjera. Pero también se evidenció su resiliencia y su potencial para generar cambios. Aunque abundaron los casos de elecciones fraudulentas o fuertemente controladas para preservar el poder autoritario, como ocurrió en Rusia y Venezuela, también hubo muchos ejemplos de alternancia y transiciones pacíficas, como se observó en Botsuana y Senegal, así como de movilizaciones en defensa de la democracia, como ocurrió en Corea del Sur y Guatemala.
Cuando las elecciones fueron lo suficientemente libres y competitivas como para reflejar el sentir de la ciudadanía, el descontento económico se tradujo a menudo en el rechazo de los oficialismos y la búsqueda de novedades políticas, lo cual continuó beneficiando a candidatos nacionalistas y populistas de derecha. Hay una clara señal de alerta: incluso en sistemas aparentemente estables, si los partidos tradicionales no conectan con el descontento popular, tomarán la delantera los partidos populistas.
En muchos países, el populismo de derecha lleva ya tiempo desplazándose de los márgenes hacia el centro de la escena política, suscitando temores por un posible retorno del fascismo. Como está demostrando actualmente Estados Unidos con el aluvión de decretos de Trump, los líderes populistas pueden ganar elecciones democráticas y luego convertirse en una seria amenaza para la democracia. En esta ocasión, los electores sabían lo que votaban y la mayoría dio su voto a Trump, quien ahora controla los tres poderes del Estado. Puede que su personalidad sea única, pero su campaña se basó en gran medida en viejas tácticas populistas caracterizadas por combinar narrativas nacionalistas y antinmigración y tópicos de la batalla cultural con el telón de fondo de la ansiedad económica.
Su caso dista de ser único. La extrema derecha forma parte del gobierno formado en Holanda en abril, después de que el Partido por la Libertad quedara primero en las elecciones de diciembre de 2023. El partido controla ministerios clave, incluidos los de inmigración y desarrollo internacional. En Croacia, el Movimiento Nacional de extrema derecha entró en el gobierno tras las elecciones parlamentarias de abril.
Incluso cuando no alcanzan el poder, los populistas de derecha influyen en el debate político, empujando la política en su dirección a medida que los partidos mayoritarios se adaptan. Atacan sistemáticamente a los grupos excluidos, a los medios de comunicación independientes y a la sociedad civil, erosionando las normas democráticas y los mecanismos de control.
En Austria, en las elecciones de septiembre, el Partido de la Libertad, de extrema derecha, consiguió el primer puesto con el 29% de los votos, gracias a una campaña centrada en la seguridad de las fronteras y la retórica antiinmigración. Pese a que tres partidos mayoritarios dejaron de lado sus diferencias y formaron una coalición, el Partido de la Libertad seguirá teniendo una voz influyente desde los márgenes. Asimismo en Alemania, Alternativa para Alemania (AfD) se convirtió en septiembre en el primer partido de extrema derecha en conseguir el mayor número de escaños en elecciones estaduales, algo que ocurría desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque hasta ahora las principales formaciones políticas se han negado a firmar acuerdos de coalición con el partido antiinmigración, este mantiene una enorme influencia en el debate público. En febrero de 2025, AfD quedó en el segundo puesto en las elecciones federales, con más del 20% de los votos. Fue su mejor resultado a nivel nacional hasta la fecha, y aspira a llegar al poder en las próximas elecciones.
En Francia, el partido ultraderechista Agrupación Nacional sigue suscitando preocupación tras quedar en primer lugar en las elecciones al Parlamento Europeo de junio. En reacción, el presidente Emmanuel Macron decidió convocar elecciones parlamentarias anticipadas. En respuesta, la sociedad civil y una coalición de partidos de izquierda inusualmente sólida se movilizaron y dejaron a la Agrupación Nacional decepcionada con el resultado final. Pese a esto, cabe destacar que el partido ha ido ganando en votos de forma constante a lo largo de los años y que espera quedar en el primer lugar en la próxima cita electoral. En Portugal, en las elecciones parlamentarias de marzo, el partido de extrema derecha Chega logró un gran avance con el 18% de los votos, reflejo del gran descontento por la corrupción y el estancamiento económico.

Manifestación contra las irregularidades electorales que favorecieron al partido gobernante celebrada frente al parlamento en Tiflis, Georgia, 28 de octubre de 2024. Foto de Giorgi Arjevanidze/AFP vía Getty Images.
Los populistas y nacionalistas de derecha suelen beneficiarse de iniciativas concertadas de desinformación. Rusia suele realizar esfuerzos de injerencia electoral, especialmente en Europa del Este, para impulsar a políticos prorrusos y desestabilizar a las fuerzas políticas favorables a la Unión Europea (UE). La sociedad civil desempeña un papel crucial a la hora de identificar y contrarrestar estas maniobras, si bien la eficacia de sus acciones depende a menudo del apoyo de socios estatales e internacionales.
En Rumania, el candidato nacionalista de extrema derecha Călin Georgescu ganó inesperadamente la primera vuelta de las elecciones presidenciales gracias a campañas en redes sociales dirigidas a los votantes más jóvenes descontentos con la política tradicional. Pero el Tribunal Constitucional tomó una medida extraordinaria: anuló los resultados sobre la base de documentos desclasificados de los servicios de inteligencia que demostraban que Rusia había orquestado una campaña de injerencia para influir en las elecciones.
La vecina Moldavia también experimentó injerencia rusa durante sus elecciones presidenciales y un referéndum de adhesión a la UE. Entre las tácticas utilizadas se destacaron las presiones económicas, los ciberataques, la compra de votos, las amenazas de violencia y la desinformación, que incluyó la difusión de videos falsos desde cuentas ficticias. A pesar de todo, los votantes respaldaron el acercamiento a la UE, pero ambas votaciones estuvieron mucho más reñidas de lo esperado.
En Lituania, cuyo gobierno apoya firmemente a Ucrania, se han llevado a cabo campañas de desinformación similares en el marco de varias citas electorales, incluidas las elecciones presidenciales y legislativas. Mientras tanto, en Austria, la difusión de información falsa sobre la supuesta intención de los partidos mayoritarios de hacer obligatoria la vacunación influyó en los resultados electorales.
La injerencia rusa también tuvo repercusiones en Georgia. El partido Sueño Georgiano se alzó con la victoria en las elecciones parlamentarias de octubre en un contexto marcado por las acusaciones de fraude. Si bien la formación política dice apoyar la adhesión a la UE, se muestra cada vez más cercana a Rusia.
Anteriormente, el partido ya había aprobado leyes inspiradas en la legislación rusa que restringían el papel de la sociedad civil, el trabajo de incidencia del colectivo LGBTQI+ y la labor de los medios de comunicación que reciben fondos del extranjero. En Macedonia del Norte, la desinformación prorrusa también jugó un papel importante en unas elecciones que desembocaron en la formación de un gobierno más alineado con Rusia.

Representantes de una empresa de inteligencia artificial que crea videos deepfake para campañas electorales muestran a posibles clientes un avatar del primer ministro indio Narendra Modi en Ajmer, India, 15 de mayo de 2024. Foto de Himanshu Sharma/Picture Alliance vía Getty Images.
En las elecciones de las Islas Salomón, cuyo gobierno ha estrechado vínculos con China, la desinformación pro-China fue la protagonista. No es de extrañar que ocurriera lo mismo en las elecciones de Taiwán.
Además de injerencias fomentadas por Estados, los procesos democráticos enfrentaron desafíos sin precedentes debido a las campañas de desinformación potenciadas por el uso de la IA y la manipulación en redes sociales. Esta fue una preocupación central durante los comicios celebrados en la India, los más multitudinarios de todo el año, durante los cuales se difundieron videos falsos y afirmaciones falaces sobre la oposición y la minoría musulmana para influir en el comportamiento de los votantes. La escala y la complejidad de estas campañas plantearon desafíos sin precedentes para los verificadores de datos y los funcionarios electorales.
La desinformación escapa a los intentos de controlarla y su difusión es hoy más fácil y barata que nunca. Las redes sociales simplemente no se están esforzando lo suficiente para igualar la escala y la velocidad de las campañas de desinformación, sobre todo en contextos electorales y cuando están respaldadas por recursos estatales y personas adineradas. El reciente acercamiento de muchas empresas propietarias de redes sociales a Trump sugiere que el problema no hará más que empeorar.
Sin embargo, en muchos países las elecciones simplemente no tuvieron importancia. Quienes estaban en el poder las manipularon, vaciándolas de toda sustancia democrática real, con el fin de apartar a quienes pudieran hacerles sombra.
Las elecciones presidenciales rusas, celebradas en marzo, mostraron que el poder autoritario puede poner los procesos electorales a su servicio. Tras los cambios constitucionales de años anteriores, que permitieron a Vladimir Putin permanecer en el cargo, los comicios de 2024 confirmaron su permanencia en el poder. A los candidatos de la oposición se les impidió presentarse sistemáticamente mediante uso de tecnicismos legales o acusaciones penales. Alexei Navalny, el candidato que habría supuesto la mayor amenaza política para Putin, murió en circunstancias sospechosas en una prisión del círculo polar ártico poco antes de las elecciones. Además, la supervisión independiente de las elecciones estuvo muy restringida, y los medios de comunicación estatales dieron a Putin una cobertura sumamente positiva, al tiempo que marginaban o difamaban a los opositores.
En la vecina Bielorrusia, Alexander Lukashenko, aliado de Putin, preparó su séptimo mandato mediante maniobras judiciales y una intensa represión. En el periodo previo a las elecciones de enero de 2025, las autoridades detuvieron a más de 1.200 personas, a muchas de ellas simplemente por participar en chats utilizados para organizar protestas tras el flagrante fraude electoral de 2020. Al no permitirse una verdadera oposición, todo fue una puesta en escena.
En Venezuela, las elecciones presidenciales de julio fueron uno de los ejemplos más lamentables del año de como las esperanzas democráticas pueden verse frustradas por un fraude flagrante . A pesar de que el gobierno cerró el espacio cívico y negó el derecho al voto a millones de venezolanos exiliados, la participación fue considerable y los indicios apuntaban a una victoria aplastante de la oposición. Sin embargo, el partido del gobierno se negó a hacer públicos las actas de votación y otorgó la victoria sin presentar ninguna prueba. Las manifestaciones que se sucedieron a continuación fueron duramente reprimidas, pero aun así la ciudadanía siguió saliendo a las calles durante la investidura de Nicolás Maduro para su tercer mandato, que se celebró en medio de medidas de fuertes medidas de seguridad. Actualmente, Maduro está reescribiendo la Constitución con el fin de afianzar su control sobre un gobierno que no tiene intención de abandonar.
En África Occidental, los regímenes autoritarios siguen instrumentalizando las constituciones. En Togo, las recientes reformas constitucionales establecieron un sistema parlamentario en el que el presidente del Consejo de Ministros es elegido por el Parlamento y no mediante sufragio popular. Esta modificación permite al presidente Faure Gnassingbé, en el poder desde 2005, prolongar el control que ejerce su familia sobre el poder desde hace décadas. En respuesta a las manifestaciones, el gobierno decidió prohibirlas, disolver las reuniones de la sociedad civil, detener arbitrariamente a manifestantes y criminalizar a los periodistas que informaban sobre el descontento.
En el norte de África también hubo casos claros de manipulación. En las elecciones que se celebraron en septiembre en Argelia, se cambió la fecha para dificultar que los candidatos opositores pudieran postularse y hacer campaña, al tiempo que se encarcelaba a numerosos activistas, periodistas y políticos de la oposición, y se clausuraban organizaciones de la sociedad civil (OSC) y medios de comunicación independientes. De esta manera, sin una oposición real, el presidente Abdelmadjid Tebboune obtuvo un inverosímil 94,65% de los votos.
En octubre, en Túnez, el presidente Kais Saied se aferró al poder tras una modificación sistemática de las leyes para desmantelar los mecanismos de control democráticos. Su gobierno ha encarcelado a opositores, calificado de agentes extranjeros a las voces críticas y centrado la ira populista en migrantes y refugiados para desviar la atención de los fracasos económicos. Con una oferta muy limitada, la participación fue sumamente baja.
En El Salvador, el presidente Nayib Bukele fue reelecto con un amplio margen de votos. No obstante, la contienda electoral no fue justa, ya que Bukele pudo presentarse gracias a maniobras judiciales que vulneraron la Constitución y se aprovecharon de los medios y recursos estatales. Si bien sus duras políticas contra la violencia de las pandillas le han granjeado el apoyo popular, también han supuesto el encarcelamiento masivo de decenas de miles de personas sin pruebas suficientes, mostrando un claro desprecio por las garantías procesales y derechos humanos fundamentales. A medida que se desmorona la independencia judicial y se desmantelan las salvaguardias constitucionales, El Salvador se desliza hacia la autocracia.
En varios Estados africanos, los gobiernos autoritarios suelen tomar la forma de regímenes militares.
En Burkina Faso, la junta que gobierna el país pospuso indefinidamente las elecciones, alegando que no eran una prioridad, y la sociedad civil, fuertemente reprimida, poco pudo hacer al respecto. En Guinea, la junta militar incumplió nuevamente los plazos para la transición democrática prevista para principios de 2025. La decisión desencadenó protestas que fueron reprimidas por el Estado. Algo parecido ocurrió en Mali, donde la junta militar que detenta el poder desde 2021 volvió a posponer las elecciones, reformó la Constitución para ampliar los poderes presidenciales, consolidó su capacidad de control suspendiendo todas las actividades de los partidos políticos y la sociedad civil, y respondió a las críticas internacionales estrechando lazos con Rusia.
En Chad también se celebraron elecciones, aunque solo para dar un barniz de legitimidad al régimen autoritario. Como era de esperar, Mahamat Idriss Déby, que tomó el poder mediante un golpe militar en 2021, tras la muerte de su padre, se hizo con la victoria en un contexto marcado por una fuerte restricción del espacio cívico y una escasísima oferta electoral. De hecho, su principal rival fue asesinado en circunstancias sospechosas antes de la votación.
En Ruanda, las elecciones también sirven para maquillar el ejercicio autoritario del poder sin que realmente haya espacio para el disenso. A pesar de que el presidente Paul Kagame sigue contando con un gran apoyo nacional, su régimen se ha vuelto cada vez más represivo y las voces críticas enfrentan consecuencias que van desde la criminalización y el acoso hasta el exilio forzoso. Y ni siquiera el exilio les aporta seguridad, ya que los disidentes corren el riesgo de ser asesinados u obligados a regresar a Ruanda. Tras la represión sistemática del espacio cívico, las elecciones generales de julio se celebraron con una participación mínima de la oposición y estuvieron seguidas de acusaciones generalizadas de fraude.
También en las Islas Comoras, Mauritania, Mozambique y otros países africanos, los procesos electorales estuvieron salpicados por acusaciones de fraude. En Mozambique, las fuerzas de seguridad reprimieron con violencia letal las manifestaciones postelectorales.
En Asia Central, las elecciones parlamentarias de Uzbekistán también fueron una puesta en escena vacía de toda sustancia. En Oriente Medio, las elecciones parlamentarias de Kuwait, en abril, y las de Jordania, en septiembre, se celebraron en contextos políticos cuidadosamente controlados que mantenían la ilusión de la participación, al tiempo que garantizaban la estabilidad del régimen. En Irán, las dos vueltas de las elecciones parlamentarias y las dos de las presidenciales pusieron de manifiesto el férreo control del régimen teocrático sobre la participación política. En las elecciones presidenciales que se celebraron en julio tras la muerte del presidente Raisi, un exministro de Sanidad reformista derrotó a un antiguo negociador nuclear ultraconservador. Aun así, el poder definitivo sigue en manos del líder supremo, que no es electo.
En el restringido espacio cívico de Pakistán, los poderosos militares del país se llevaron una desagradable sorpresa cuando los candidatos afines al ex primer ministro encarcelado Imran Khan obtuvieron el mayor número de escaños en las elecciones. A pesar de que hicieron cuanto pudieron para impedir la participación del partido de Khan, muchos votantes aprovecharon la oportunidad para expresar su descontento con el poder militar y por las dificultades económicas. Ante estos resultados, los dos partidos tradicionales unieron sus fuerzas para evitar una situación incómoda para los militares, quienes podrían seguir socavando los procesos democráticos.
En cambio, la resiliencia democrática suele pasar desapercibida: cuando un sistema como debería no sale en los titulares. Pero abundan los ejemplos de instituciones democráticas que han resistido a las presiones y cumplido con su cometido de garantizar las condiciones necesarias para que la ciudadanía haga oír su voz. Y en algunos contextos difíciles, la acción enérgica de la sociedad civil ha preservado y fortalecido la democracia.
En 2024, varios países democráticos celebraron elecciones que provocaron un cambio de gobierno, a menudo como consecuencia del descontento por la inflación, el desempleo, la corrupción y la desigualdad, como sucedió en Ghana, Sri Lanka y el Reino Unido. Sin embargo, los populistas de derecha también han conseguido afianzarse en la política británica.

Celebración frente a Downing Street de la inauguración de un nuevo gobierno laborista tras 14 años de dominio conservador en Londres, Reino Unido, 5 de julio de 2024. Foto de Mike Kemp/In Pictures vía Getty Images.
Botsuana superó una prueba crucial cuando una coalición de la oposición logró desbancar al Partido Democrático de Botsuana, en el poder desde la época de la liberación, después de 58 años al frente del gobierno. El presidente saliente reconoció su derrota y la transición fue pacífica. Del mismo modo, en Sudáfrica, el partido Congreso Nacional Africano, en el poder desde la llegada de la democracia, debe ahora compartirlo junto con otros nueve partidos. En Japón y la India, los partidos en el poder también perdieron apoyos y se vieron obligados a formar coaliciones. Si bien el primer ministro indio Narendra Modi fue presentado como una figura omnipotente y omnipresente mediante una intensa campaña de propaganda, su tímida victoria podría ofrecer a la sociedad civil y a la minoría musulmana la oportunidad de revertir los ataques a los derechos humanos y reforzar las libertades democráticas.
La democracia también se impuso en Taiwán, donde hay mucho en juego desde el punto de vista geopolítico. El éxito de la votación demostró que las prácticas democráticas pueden prevalecer, a pesar de las presiones externas y las campañas de desinformación extranjeras. Por el contrario, en Indonesia, las elecciones que dieron la victoria Prabowo Subianto, un exgeneral acusado de violaciones de derechos humanos, empujaron al país en una dirección más autoritaria, mientras que Maldivas y las Islas Salomón se acercaron a China, al tiempo que restringían las libertades fundamentales.
En otros lugares, la acción de la sociedad civil desempeñó un papel vital para la instauración de la democracia. En Senegal, gracias a la movilización de la sociedad civil, se consiguió frustrar el plan del presidente en funciones, que intentó aplazar las elecciones y prorrogar su mandato de forma inconstitucional. Finalmente, la justicia ordenó que se celebraran elecciones presidenciales y un líder de la oposición recién salido de la cárcel se hizo con la victoria. Este resultado es un buen ejemplo de la determinación de la numerosa juventud senegalesa para hacerse oír.
En Corea del Sur, la democracia superó una dura prueba cuando el presidente Yoon Suk Yeol reaccionó a las dificultades políticas declarando la ley marcial, alegando que estaba protegiendo al país de las fuerzas norcoreanas y de “elementos antiestatales”. Tras las protestas generalizadas, el Parlamento lo suspendió y lo destituyó al poco tiempo. Era evidente que Yoon no contaba con la determinación de la población surcoreana para defender la democracia usando sur derechos civiles.

Miles de manifestantes marchan en Dakar, Senegal, reclamando la celebración inmediata de elecciones presidenciales el 17 de febrero de 2024. Foto de Cem Özdel/Anadolu vía Getty Images.
En enero se celebraron elecciones en Bangladesh que parecieron consolidar el régimen autoritario cuando la primera ministra Sheikh Hasina obtuvo su cuarto mandato consecutivo en medio de una intensa represión de la oposición. Sin embargo, meses después, las manifestaciones masivas lideradas por estudiantes pusieron fin a sus 15 años en el poder. Se estableció un gobierno provisional presidido por el Premio Nobel de la Paz Mohammed Yunus que incluyó a líderes de las protestas y representantes de la sociedad civil.
En Guatemala, Bernardo Arévalo fue investido como presidente, pese a una transición democrática turbulenta y los repetidos intentos de las élites aferradas al poder para impedirlo. Arévalo, que llegó a la política de la mano de un partido nacido de las manifestaciones contra la corrupción, ganó las elecciones y consiguió ser investido gracias a la movilización constante de la sociedad civil y la solidaridad democrática internacional.
Tanto Namibia como México dieron un paso adelante en materia de representación cuando eligieron por primera vez a una mujer como presidenta. Pese a esto, hubo dudas sobre la imparcialidad de las elecciones en Namibia, y en México los comicios se vieron empañados por la violencia política y los intentos de concentración el poder, suscitando dudas sobre la salud de la democracia a largo plazo.
Varias tendencias son evidentes. Los regímenes autoritarios emplean cada vez más técnicas sofisticadas para manipular las elecciones y distorsionan los marcos constitucionales y legales para conservar el poder bajo un barniz de legitimidad democrática. En 2024, esta situación fue especialmente evidente en Asia Central y varios países africanos donde oficialmente se celebraron elecciones, pero en la práctica no hubo pluralidad.
A menudo, el retroceso democrático se produce por medios aparentemente legales, manteniendo las instituciones y los procesos democráticos, pero vaciándolos de contenido. La desinformación y la manipulación en las redes sociales aceleran esta erosión, creando contextos informativos en los que la población tiene dificultades para distinguir la realidad de la ficción.
Sin embargo, las movilizaciones exitosas en países como Bangladesh, Guatemala y Corea del Sur están demostrando que la sociedad civil es un actor crucial en la defensa de las reglas democráticas y que es posible frenar las trayectorias autoritarias. No obstante, esto podría llevarnos a la conclusión de que es más fácil frenar la regresión cuando se está produciendo, que revertirla una vez que el autoritarismo se ha consolidado.
Asimismo, las OSC desempeñan roles vitales en el apoyo a los procesos democráticos. Actúan como guardianas, defensoras y educadoras, supervisando la integridad de las elecciones, combatiendo la desinformación, facilitando la inscripción de votantes y garantizando la participación de grupos excluidos.
Cabe destacar que la labor de la sociedad civil no se limita a las elecciones. Acciones como Implicar a la población en los procesos de gobernanza, exigir responsabilidades al poder y crear coaliciones para conseguir reformas son labores silenciosas y, a menudo, ignoradas que sostienen la democracia. Por esta razón, las OSC se centran cada vez más en la alfabetización digital y la educación mediática, ayudando a las personas a navegar por entornos informativos complejos y ofreciendo espacios para el diálogo sin importar las diferencias políticas. En las regiones que sufren un retroceso democrático, la sociedad civil suele ser la última línea de defensa del espacio cívico y de apoyo a los grupos excluidos, aunque a menudo ello suponga correr un riesgo considerable.
Para hacer frente al deterioro democrático mundial de manera más eficaz, las iniciativas deben priorizar la protección de las democracias frente al retroceso, y las estrategias deben integrar diversas perspectivas y movilizar amplias coaliciones que trasciendan las divisiones ideológicas. Los discursos a favor de la democracia deben dejar a un lado los conceptos abstractos y explicar claramente cómo la democracia puede mejorar el nivel de vida y la seguridad.
También es necesario investigar los orígenes de la distorsión de la democracia, entre ellos la riqueza de las élites, que desempeña un papel desproporcionado en el poder político, y el aluvión de avances tecnológicos que están exacerbando la desinformación y que requiere una regulación adecuada con garantías sólidas para los derechos humanos.
En una época de colapso de los recursos de la sociedad civil, las fuentes de financiación deben reorientarse para proporcionar un apoyo más flexible y a largo plazo a los movimientos de base que contribuyen a sostener la democracia.
2024 ha demostrado que la democracia enfrenta serios desafíos, pero que tiene una gran capacidad de renovación. La clave de la resiliencia democrática reside en establecer conexiones más sólidas entre las estructuras democráticas formales y el compromiso cívico de las bases. Las iniciativas tendrán que seguir evolucionando en respuesta al avance de los autoritarismos y sus tácticas cada vez más sofisticadas. La acción de la sociedad civil puede marcar la diferencia entre la profundización o la reversión de la recesión democrática.