Table of Contents
- INFORME SOBRE EL ESTADO DE LA SOCIEDAD CIVIL 2025
- Panorama +
- Conflicto: la ley del más fuerte +
- Democracia: regresión y resiliencia +
- Economía: la era de la precariedad y la desigualdad +
- Clima y medio ambiente: el rumbo equivocado +
- Tecnología: los peligros humanos del poder digital +
- Luchas de género: reacción, resistencia y perseverancia +
- Derechos migrantes: humanidad versus hostilidad +
- Naciones Unidas: la gobernanza mundial en crisis +
- Sociedad civil: la lucha continúa +
- Agradecimientos +
- Descargar el informe +

El mundo está experimentando crisis múltiples que se están acelerando. La población civil está siendo masacrada en conflictos en Gaza, Sudán, Ucrania y muchos otros países, y los responsables de estas atrocidades confían en que saldrán impunes. Parece estar en marcha un realineamiento global impulsado por el gobierno de Donald Trump, quien parece decidido a recompensar los actos de agresión, rompiendo alianzas internacionales de décadas de antigüedad y abandonando principios compartidos en favor de un nuevo eje autoritario. Estos cambios podrían desencadenar nuevas guerras, puesto que los agresores sabrán que pueden recurrir a la fuerza para tomar ventaja sin sufrir consecuencias, lo que podría conducir a la humanidad a un conflicto mundial catastrófico.
Todos los progresos conseguidos en la construcción de un orden internacional basado en el respeto de los derechos humanos corren el riesgo de ser desechados en favor de la ley del más fuerte. En un contexto de crisis de la gobernanza global, escasean los liderazgos con principios. En vez de la cooperación para resolver los problemas acuciantes que trascienden las fronteras, vemos que se imponen cada vez más los estrechos intereses nacionales y los enfoques transaccionales de las relaciones internacionales. Asimismo, el gasto militar está aumentando en detrimento de la asistencia destinada a las personas más pobres y vulnerables del mundo.
Agravadas por los conflictos, la crisis del cambio climático y la pérdida de biodiversidad se están acelerando. 2024 fue el año más caluroso jamás registrado, y sin embargo las empresas de combustibles fósiles continúan obteniendo beneficios récord, planificando nuevos proyectos extractivos, reduciendo sus proyectos de energía renovable y usando su poder económico para presionar para que nada cambie.
El aumento de los beneficios procedentes del petróleo y el gas es solo un síntoma de la profunda disfuncionalidad de la economía global, en la que las personas más ricas del mundo siguen enriqueciéndose mientras muchas personas experimentan dificultades en lo que parece ser una crisis inflacionaria permanente. Los superricos ya no se conforman con influir en la legislación impositiva y otras medidas que les afectan directamente, sino que, cada vez más, buscan controlar directamente la política, suscitando legítimos temores de una captura oligárquica del Estado. El capitalismo de amigos está alcanzando nuevas cotas, beneficiando a multimillonarios del sector tecnológico y a magnates de los medios de comunicación que utilizan su poder para moldear y distorsionar el debate político difundiendo mentiras y discurso de odio. La crisis de desinformación se ve acelerada por los rápidos avances de la inteligencia artificial (IA) generativa.

Miembros de la organización alemana SOS Humanity ayudan a personas a bordo de un bote abarrotado durante una misión de rescate de migrantes en el Mediterráneo. Foto de Pietro Bertora/SOS Humanity.
Al amparo de la desinformación crecen el populismo de derecha, el nacionalismo y los gobiernos autocráticos y militares, provocando una crisis de la democracia que barre con los frenos y contrapesos, el derecho a expresar disenso y la capacidad de controlar al poder. Esta crisis de la democracia es también una crisis del espacio cívico, ya que las libertades cívicas fundamentales se ven atacadas allí donde se erosionan las libertades democráticas. Las fuerzas antidemocráticas están promoviendo agendas que culpabilizan y difaman a grupos excluidos y atentan contra sus derechos. Están llevando a cabo intentos de reducir los derechos de las mujeres, las personas LGBTQI+ y las personas migrantes y refugiadas.
Justo cuando más se la necesita, la sociedad civil está sufriendo una grave crisis de financiación. En los últimos años, importantes fuentes de recursos financieros como las agencias bilaterales de cooperación han reducido sus contribuciones, alineándose cada vez más con estrechos intereses nacionales, particularmente de defensa, diplomáticos y comerciales. En consecuencia, las organizaciones de la sociedad civil tienen mayores dificultades para obtener apoyo para sus actividades básicas y aumenta el riesgo de que sean instrumentalizadas para fines que les son ajenos. Además, muchos Estados han aprobado leyes para dificultar el acceso de las organizaciones al financiamiento internacional y denigran a las que lo reciben.
Varios estados europeos han reducido su apoyo a la sociedad civil y otros países no han logrado llenar ese vacío, alejando toda perspectiva de cumplimiento de los metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Más recientemente, la congelación imprudente y malintencionada de los fondos de USAID ha llevado la crisis a un punto crítico. Muchos grupos de la sociedad civil enfrentan una amenaza existencial.
El mundo necesita a la sociedad civil. Basta con imaginar cómo sería la vida sin ella. Las violaciones de derechos humanos y la impunidad se generalizarían. La democracia se vería aún más erosionada y la ciudadanía perdería su capacidad de influir en las decisiones que afectan sus vidas, ya que líderes políticos autocráticos y oligarcas quedarían libres de hacer lo que quisieran, poniendo al Estado al servicio de sus intereses. El cambio climático se aceleraría, superando todos los puntos de no retorno, y el colapso ambiental alcanzaría niveles catastróficos. Las mujeres perderían el control sobre sus propios cuerpos, las personas LGBTQI+ tendrían que vivir escondidas y con miedo, y las minorías excluidas enfrentarían violencias cotidianas. Estos peligros son cada día más acuciantes.

Indígenas Waorani protestan contra la extracción de petróleo en el Parque Nacional Yasuní frente a la Corte Constitucional de Ecuador, 30 de agosto de 2024. Foto de Rodrigo Buendía/AFP vía Getty Images.
Incluso bajo enorme presión, la sociedad civil sigue demostrando su valor. En las zonas de conflicto, los grupos de base están cubriendo importantes carencias de la respuesta humanitaria, documentando violaciones de derechos humanos y abogando por la protección de la población civil. Aliados internacionales están emprendiendo acciones legales y colaborando con instituciones internacionales para poner fin a las masacres, bloquear el suministro de armas a los autores de violaciones de derechos humanos y obligar a los perpetradores de atrocidades a rendir cuentas.
En numerosos países, la sociedad civil ha logrado movilizarse para impedir regresiones autoritarias, garantizar elecciones justas y desafiar intentos de concentrar el poder. Las luchas por la igualdad de género y los derechos de las personas LGBTQI+ continúan avanzando gracias a persistentes campañas y esfuerzos de incidencia, obteniendo victorias legislativas y judiciales pese a la intensificación de la reacción.
Mediante el litigio estratégico, la sociedad civil ha sentado precedentes legales innovadores que obligan a los gobiernos a adoptar medidas más ambiciosas contra el cambio climático y a respetar los derechos ambientales. Pese a los enormes peligros, el activismo ambiental continúa su labor vital para que Estados y empresas respondan por sus actos.
En diversos contextos, la sociedad civil está empleando una amplia variedad de tácticas que van desde la movilización masiva y las campañas digitales hasta las demandas legales y la incidencia internacional, demostrando que es capaz de oponer resistencia. En estos tiempos difíciles y convulsos, seguirá haciéndolo pese a las restricciones del espacio cívico y el recorte deliberado de la financiación.
La sociedad civil es una fuente vital de resistencia, resiliencia y esperanza. Si bien la situación es difícil, en ausencia de la sociedad civil sería todavía peor.
En tiempos difíciles, puede resultar difícil ser creativos y la introspección puede parecer autocomplaciente. Sin embargo, las crisis también pueden ser una ocasión para experimentar. Ha llegado el momento de que la sociedad civil se plantee qué puede hacer para garantizar que seguirá siendo capaz de defender y promover los derechos humanos en medio de estas múltiples crisis.
Adoptar una mentalidad de movimiento es esencial para el futuro de la sociedad civil. En lugar de funcionar como organizaciones burocráticas rígidas, diseñadas para adaptarse a las exigencias de los donantes, los grupos de la sociedad civil deben abrazar la flexibilidad. Esto significa desarrollar formas organizativas que se ajusten a los cambios que la sociedad civil reclama y que sean adecuadas para las comunidades con las que trabaja.
Las iniciativas más exitosas de la sociedad civil de los últimos años han incorporado elementos propios de los movimientos: liderazgo distribuido, toma de decisiones ágil, foco en los valores compartidos, voluntad de escucha y capacidad de movilizar rápidamente a bases amplias. El movimiento contra el cambio climático ha demostrado la capacidad de acción de estructuras descentralizadas lideradas por jóvenes. Los movimientos feministas nos han enseñado cómo construir poder mediante formas organizativas horizontales que conectan a las personas atravesando barreras geográficas, raciales y de clase, colocando en el centro a quienes suelen quedar excluidos. Han demostrado lo que es priorizar la acción colectiva en aras del cambio social por sobre la autopreservación institucional.

Manifestación contra la declaración de ley marcial del presidente Yoon Suk Yeol frente a la Asamblea Nacional en Seúl, Corea del Sur, 4 de diciembre de 2024. Foto de Daniel Ceng/Anadolu Agency vía Getty Images.
La sociedad civil debe dar prioridad a los vínculos comunitarios auténticos, en particular con los grupos excluidos del poder. Esto implica ir más allá de las tradicionales consultas con partes interesadas y establecer relaciones auténticas con las comunidades, incluidas las que se encuentran lejos de los centros urbanos, desfavorecidas por la brecha digital o por algún motivo alejadas de las estructuras y procesos de toma de decisiones. Cada vez más, trabajar de forma eficaz significa facilitar la autoorganización de las comunidades y rendir cuentas a los destinatarios de la acción de la sociedad civil, más que hablar en su nombre.
Esto requiere cambios sustanciales en las formas en que opera de la sociedad civil. Si bien muchas organizaciones ya están siguiendo este camino, la sociedad civil en su conjunto aún tiene un largo trecho por recorrer. Debe invertir en una escucha atenta, compartir poder con sus socios comunitarios y aprender a medir el éxito por la solidez de las relaciones forjadas, y no solo por las métricas de resultados.
Apoyándose en la escucha, la sociedad civil debe desarrollar contrarrelatos efectivos que no se limiten a señalar los problemas, sino que ofrezcan visiones alternativas convincentes para contrarrestar las seductoras pero peligrosas narrativas del populismo, el nacionalismo y el autoritarismo. Estos contrarrelatos deben abordar las preocupaciones legítimas de la gente en relación con la precariedad económica y la inseguridad, así como su sensación de impotencia. Al mismo tiempo, deben inspirar optimismo, ofrecer soluciones inclusivas basadas en derechos y alejar la tentación de usar de chivos expiatorios a los grupos excluidos.
Los contrarrelatos deben establecer un vínculo entre los valores universales y los contextos y preocupaciones locales. Por ejemplo, puede que sea más eficaz plantear la acción climática en términos de resiliencia comunitaria, oportunidades para obtener ingresos y justicia para las generaciones futuras, que hablar de cumbre, metas y objetivos globales. En lugar de defender los principios democráticos de forma abstracta, puede ser más útil presentar a la democracia como un sistema capaz de adaptarse a las preferencias de las personas y de ofrecerles beneficios tangibles que mejoren sus vidas.
También hacen falta sistemas de alerta temprana para responder al retroceso de la democracia y la degradación del espacio cívico. La sociedad civil puede desarrollarlos mediante la definición de indicadores clave que permitan monitorear la reducción del espacio cívico, desde cambios regulatorios que son presentados como inofensivos hasta ataques directos contra activistas y organizaciones. Estos sistemas deben estar vinculados a mecanismos de respuesta rápida que faciliten una presión coordinada a nivel nacional e internacional ante las señales de alerta. El CIVICUS Monitor ya realiza un monitoreo del espacio cívico en todo el mundo, pero la respuesta preventiva podría mejorarse con la creación de sistemas de alerta temprana locales que incluyan detonantes específicos para la acción.
Todas las respuestas deben basarse en el principio movilizador de la resistencia solidaria. Esto significa apoyarse mutuamente frente a las amenazas y reconocer el valor inherente de la movilización y la participación más allá de las victorias políticas inmediatas. Incluso cuando la victoria parece remota, la movilización desempeña un papel fundamental para fomentar la unión, construir identidades colectivas, fortalecer la resiliencia del movimiento, mantener la esperanza y preservar espacios donde puedan florecer prácticas alternativas. El optimismo debe seguir siendo el faro de la sociedad civil.
Para poder dar respuesta a estos desafíos, la sociedad civil debe establecer redes a todos los niveles, desde el local al global, implicando a tantos miembros y aliados de la sociedad civil como sea posible, y mejorar el funcionamiento de las redes existentes. La resiliencia de la sociedad civil radica en la capacidad de fomentar la solidaridad entre colectivos diversos que trabajan en distintos temas y geografías. Estas conexiones favorecen la movilización rápida de apoyos en caso de crisis, el intercambio de estrategias exitosas y la puesta en común de recursos y competencias. Las nuevas tecnologías pueden facilitar estas conexiones, pero las redes no pueden depender únicamente de ellas; deben construirse sobre la base de una confianza y reciprocidad auténticas, y organizarse de forma horizontal y democrática, no de arriba abajo ni lideradas desde el norte global.

Manifestación frente al edificio de USAID en Washington D. C., Estados Unidos, tras las órdenes de cierre, 3 de febrero de 2025. Foto de Kent Nishimura/Reuters vía Gallo Images.
Junto con las redes, los liderazgos guiados por valores son ahora más importantes que nunca. Los y las líderes de la sociedad civil deben resistir la tentación de autocensurarse o restar importancia a los valores para tranquilizar a donantes, gobiernos u otros actores poderosos. Ello requiere fomentar culturas de apoyo entre organizaciones y movimientos en toda la sociedad civil de modo de reforzar los valores comunes y facilitar la ayuda mutua cuando personas u organizaciones enfrenten represión o carencias de recursos. Las iniciativas de fomento del liderazgo no deben limitarse al desarrollo de capacidades de gestión, sino que deben inculcar capacidades para la toma de decisiones ética, una visión del liderazgo guiado por valores y valentía para mantenerse fiel a principios aún bajo presión.
Por último, debe quedar claro que el modelo de financiación basado en las contribuciones de donantes ha alcanzado sus límites. Las fuentes de financiación en que los grupos de la sociedad civil han confiado durante mucho tiempo son cada vez menos fiables, están limitadas por motivos políticos o no se ajustan a las necesidades actuales. Ya sea que provenga de agencias bilaterales o multilaterales o de iniciativas filantrópicas privadas, la financiación a menudo reproduce los desequilibrios de poder político y económico, y puede resultar en una sociedad civil estructurada en torno de proyectos e incapaz de enfrentarse al poder.
Por esta razón, la sociedad civil debe desarrollar modelos de financiación más diversificados y sostenibles. Esto incluye valorar estrategias de financiación de base comunitaria, como los modelos de membresía, financiación colectiva (crowdfunding) o fundaciones comunitarias, desarrollar actividades empresariales y de inversión éticas alineadas con las misiones de las organizaciones para generar ingresos irrestrictos, y aprovechar recursos no financieros mediante el voluntariado calificado, los bancos de tiempo y el intercambio de recursos. Por necesidad, muchos grupos de la sociedad civil, especialmente en el sur global, ya han probado estos enfoques, diversificando el riesgo financiero, aumentando su independencia y rindiendo cuentas ante las comunidades a las que sirven en vez de a donantes externos. La sociedad civil en su conjunto puede aprender de estos ejemplos.
Es hora de dejar atrás las meras estrategias de supervivencia y la esperanza de volver a la antigua normalidad y, en cambio, reimaginar una sociedad civil adaptada a una época marcada por crisis múltiples, transversales y vertiginosas. Una sociedad civil concebida como movimiento, liderada por la comunidad, enfocada en la producción de narrativas, preparada para la resistencia, unida en redes, con principios sólidos e independencia financiera podrá resistir mejor a las amenazas actuales y materializar su misión colectiva de crear un mundo más justo, igualitario, democrático y sostenible.